Los retablos se abren como libros, como páginas que revelan los horrores que vivió el poblador andino entre dos fuegos, el de Sendero y el de las Fuerzas Armadas.
Torturas, violaciones y asesinatos que, sin duda, han herido para siempre la memoria de nuestro país.
No es imaginación. Es sobre todo memoria. Pero memoria herida. El antropólogo y retablista ayacuchano Edilberto Jiménez ha recogido, como un verdadero cronista, en siete retablos, la violencia que vivió los Andes peruanos en los años 80. En ellos ilustra cómo, por un lado, Sendero Luminoso, en olor a pólvora, y la fuerza represiva, con harta bala, sembraron el horror y la muerte en Chungui, remoto pueblo de la zona llamada Oreja de Perro, en Ayacucho.
Memoria viva
Los retablos son la memoria viva de esposas que no encontraron con vida a sus esposos (si es que los encontraron), de madres que aún lloran a sus hijos, de hijos que perdieron a sus padres y de hermanos que perdieron a sus hermanos. Memoria del abuso, de la tortura y el ultraje, del horror, como el de los senderistas, según testimonios que recoge Edilberto, que aniquilaban a los bebés de las campesinas para evitar que el llanto de los pequeños delate sus escondites cuando llegaban los soldados. O que los militares enterraran vivas a familias completas en las fosas que ellas mismas eran obligadas a cavar.
Edilberto Jiménez, que fue miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), zona sur, e integró el equipo de investigaciones de la Comisión de Derechos Humanos que recorrió, libreta y grabadora en mano, los diversos pueblos de la Oreja de Perro. No le bastó como ayacuchano haber sobrevivido a la violencia, conocerla de cerca, haberle mirado el rostro, sino también investigarla de primera fuente: las víctimas.
“Conviví con la violencia, lo que me ha permitido conocer de cerca la marginación, la humillación, la tortura y la muerte de campesinos. Las calles de Huamanga siempre eran testigos de cuántos muertos se encaminaban al cementerio. Pero también cómo los carros del Ejército y Policía retornaban del campo con sus presos unos sobre otros, como si fueran costales de papa”, afirma el retablista.
Años después, cuando llegó la paz, que era más de cementerio, Edilberto realizó varios viajes de largas temporadas a Oreja de Perro. Uno de los pueblos que más lo conmovió fue Chungui, en La Mar. Allí el dolor de la guerra seguía siendo un aullido y lo graficó en Chungui: violencia y trazos de memoria, una bitácora de su viaje con dibujos y crudos testimonios de las víctimas y que ahora los ha llevado a la caja de sus retablos.
Viaje a Chungui
El viaje a Chungui fue en 1996, y fue un verdadero calvario. Años después volvió con la CVR. Edilberto recorrió días enteros entre riscos y parajes para llegar a los remotos pueblos donde se ensañaron la violencia, el abuso, la tortura y la muerte.
Por eso, porque tiene la memoria herida, se planteó, muchos después de trazar los dibujos, hacer retablos de todo lo que había visto y contado. “La intención –dice Edilberto Jiménez– es que tengan un mensaje y que se conozcan esas realidades. Que los retablos sirvan para sensibilizar y con ello aprender a valorar la vida humana y encaminarnos hacia el desarrollo”.
Son siete los retablos con que el artista nos aproxima a Chungui. Si el retablo tradicional, el San Marcos, servía para prenderle una vela y encomendar al santo los viajeros o preguntarle en qué cerros está el ganado, los retablos de Edilberto invitan acaso a preguntarse “dónde están” los desaparecidos, los esposos, las madres y los hijos y los hijos de sus hijos. Siete retablos que nos dicen, sin metáforas ni eufemismos, cómo fue la guerra. En las tapas de los retablos, en donde antes se solía pintar flores y otros adornos, Edilberto transcribe los testimonios recogidos de modo que el retablo se ha convertido en una suerte de libro para conocer esa historia.
Crónica de guerra
Con siete escenas de crudo realismo, Edilberto Jiménez grafica los testimonios que recogió en Chungui.
Retablo 1. Cuántas almas habrá en Chuschihuaycco. Ilustra cómo los soldados hacían cavar pozos a los comuneros a quienes arrojaban, disparaban y enterraban heridos.
Retablo 2. Lirio qaqa, abismo profundo. Los contrasubversivos y paramilitares llevaban a los campesinos hasta el borde del abismo y los arrojaban pero antes violaban a las mujeres.
Retablo 3. Militares, abuso contra las mujeres. Las mujeres fueron violadas y muchas asesinadas. Otras tuvieron hijos de sus violadores.
Retablo 4. Muerte en Yerbabuena. En la comunidad de Yerbabuena, los comuneros se organizan para rechazar a Sendero. Pero Sendero los castiga. Asesinan a 39 campesinos.
Retablo 5. Asesinato de niños en Huertahuaycco. Ante la presencia de las FFAA y los comités de autodefensa, SL obliga a las mujeres a asesinar a sus bebés o ellos mismos los aniquilaban. Temían que sus llantos delataran dónde se escondían los senderistas.
Retablo 6. Picaflorcito. Como los congresistas, periodistas, autoridades de gobierno y el Estado tienen olvidados a los pueblos, los comuneros hicieron un canto con el picaflor que dice que con el avecilla podrían llegar sus reclamos a Palacio de Gobierno.
Retablo 7. No a la tortura. Cuenta cómo miembros del Ejército torturan y asesinan a los presos. El retablo grafica el momento en que un prisionero es degollado ante la mirada de otros detenidos.
Así, un retablo de Jiménez no es imaginación. Es memoria. Memoria con herida viva.